¿Tendremos voto electrónico en Chile?.
- 13/08/2007
- Chile
Imagine el siguiente escenario. Es diciembre de 2013, día de elecciones presidenciales. Aún no es verano, pero ya hay anunciados 30 grados de temperatura. La señora Juanita, una chilena como tantas, se levanta, prepara el desayuno para su familia y decide que antes de preparar el almuerzo va a votar.
La señora Juanita no tiene tres horas disponibles para ir al local de votación, hacer la cola bajo el sol, votar y regresar a casa. ¿Cómo lo hará entonces? Pues va al computador de su casa o al cibercafé más cercano y entra a un sitio web gubernamental creado para la elección. Luego de digitar una clave secreta personal que le fue entregada con anterioridad, ve en pantalla las fotos de los candidatos y con un clic marca el de su preferencia. Con otro clic confirma su votación, imprime un comprobante de su sufragio, cierra su sesión y se va a la cocina. Tiempo total del acto de votar: cuatro minutos. Y sin salir de casa.
Esa fue una situación imaginaria y todavía lejana para la realidad chilena, pero que podría ocurrir en unos años. La tendencia mundial está apuntando hacia el uso de las tecnologías de información para los comicios públicos, ya sea para agilizar el conteo de votos o para permitir el sufragio a distancia de quienes, por cualquier razón, no pueden o no desean ir a un local de votación. Esto ya se está haciendo, de diferentes maneras, en varios países de Europa y Asia. ¿Seguirá Chile el mismo camino?
Lo bueno y lo malo
El voto electrónico es, en términos simples, el uso de tecnología computacional para recibir y contar los votos en una elección. El sistema más usado es el registro electrónico directo (Direct Recording Electronic), que consiste en una consola ubicada en la cámara secreta del local de votación que posee un receptor de tarjetas o una pantalla sensible al tacto para que el votante marque a su candidato. Las preferencias de los votantes quedan almacenadas en una memoria local, que es llevada a un centro de cómputos o pueden ser transmitidas a una central para que haga el conteo, la tabulación y arroje los resultados. Es como una especie de cajero automático donde uno marca sus votos sin usar lápiz ni papel.
Las ventajas inmediatas de un sistema así son que el proceso eleccionario se hace más rápido, se reduce la posibilidad del error humano en los recuentos (algo especialmente útil en países con una alta cantidad de sufragantes), permite la votación de personas analfabetas o con algún tipo de discapacidad física y ahorra el enorme gasto que a veces significa imprimir los votos en papel. En algunos casos, particularmente en las experiencias que se han realizado vía Internet, se prescinde de los vocales de mesa, lo que también significa un ahorro en esfuerzo y dinero para el Estado.
Sin embargo, también hay desventajas que han impedido su adopción masiva. La primera es que aún hay sistemas vulnerables a errores, como se demostró en la elección presidencial de EE.UU. en 2000, en que fallas en las tarjetas perforadas usadas en el estado de Florida impidieron una expedita entrega de resultados y la nación estuvo en ascuas durante días. Otra es que es muy complicado verificar la identidad del votante si éste sufraga a distancia, por eso ningún país ha adoptado el voto por Internet en elecciones generales. Y la tercera y mayor, es que en un país habituado a los conteos de votos a viva voz es difícil crear confianza en un sistema que no tiene un funcionamiento evidente. ¿Quién puede garantizar que el computador central que cuenta los votos no será hackeado?
La experiencia internacional
El voto electrónico es usado en el mundo con distintos grados de masividad y de éxito. Algunos casos ejemplares son el de Holanda, donde el sistema se usa desde fines de los 90, y el de India, donde desde 2003 la tecnología ha sido la solución para agilizar la participación de nada menos que 675 millones de votantes registrados.
En cuanto a Latinoamérica, el 94% de los votantes de Venezuela usó el voto electrónico en las elecciones de 2004. Argentina hizo un plan piloto en Buenos Aires en 2005 y se está preparando otro para las elecciones de 2007. Perú pretende usar el voto electrónico este año, a modo de prueba, en pequeñas elecciones como consultas y revocatorias.
Pero el caso más exitoso es el de Brasil. En un país con más de 100 millones de votantes, las elecciones eran habitualmente afectadas por fraudes e irregularidades. El voto electrónico fue la respuesta para evitar los cohechos y, tras una campaña de educación y concientización que duró años, hoy es un ejemplo de buen funcionamiento de la tecnología en los comicios, a tal punto que la OEA ha apoyado la idea de que Brasil ceda en leasing sus máquinas de votar a otros países.
¿Llegará a Chile?
¿Tendremos voto electrónico en Chile? Las experiencias son escasas y los planes aun más. En las universidades de La Frontera y Diego Portales se ha usado Internet para elección de académicos y dirigentes. A nivel político, las comunas de Las Condes y Providencia hicieron consultas digitales a sus ciudadanos para decidir sobre proyectos comunales, pero nada de carácter vinculante. Desde 1997 que en el Congreso Nacional está archivado un proyecto de ley que permite al Servicio Electoral incorporar la votación electrónica y hacer planes piloto. Y no hay ningún plan de mediano plazo que contemple tecnologizar nuestro sistema de votación.
Para Jorge Navarrete, director del think tank Proyectamérica, esto ocurre por varias razones. Una es la falta de necesidad. “Nuestro país enfrenta un escenario diferente al de los países donde este sistema se implementó con éxito. Por ejemplo, Brasil tuvo históricamente dos grandes problemas: una alta tasa de fraude electoral y una demora excesiva en el recuento de los sufragios y anuncio público de los resultados definitivos. La aplicación del voto electrónico solucionó en parte esos dos grandes problemas. En Chile, en cambio, enfrentamos una situación diferente. Nuestro actual sistema es uno de los más rápidos y transparentes del mundo”.
Aunque desde ese punto de vista no necesitamos tener voto electrónico, su implementación podría traernos un par de beneficios, como explica Juan Ignacio García, director del Servicio Electoral. “Disminuiría la cantidad de personas que están a cargo de los locales de votación, los vocales. Y eso es una ventaja porque el sistema chileno requiere de la participación de mucha gente en las mesas, que poco a poco se ha ido desincentivando en su participación electoral. Cada vez cuesta más encontrar gente dispuesta a ser vocal. La segunda gran ventaja sería la eliminación del papel de la cédula de votación. La confección de la cédula es un tema burocrático y difícil, sobre todo en las elecciones municipales, donde hay que imprimir más de 700 tipos de votos distintos”.
Pese a las ventajas, un importante obstáculo es hacer que el electorado confíe en un sistema computacional de la misma manera en que lo hace con el actual procedimiento, que destaca por su transparencia. Según García, no conviene arriesgar esa confianza por un cambio tan sustancial a un voto electrónico sin un proceso educativo previo, en especial tomando en cuenta que se desecharía una tradición republicana de más de 80 años. Navarrete agrega que “el voto electrónico sigue siendo una aspiración de la elite. Mientras la señora Juanita crea que existe una posibilidad de que la máquina (o alguien que la manipule) modifique su preferencia electoral, no existen posibilidades para una masificación de esta tecnología”.
Por lo mismo, más lejana está la posibilidad de masificar el voto por Internet. “Pese a que somos un país con un nivel de desarrollo tecnológico muy interesante, la tasa de penetración de Internet sigue siendo baja en términos reales. Del mismo modo, un sistema de redes descentralizado hace todavía muy peligroso incursionar en esta área sin los debidos resguardos. Mientras sea posible hackear al Pentágono, no recomendaría comprometer la fe pública, ni menos las preferencias electorales de un grupo de la población, aunque éste sea minoritario”, dice Navarrete.
Sin embargo, hay señales de que, tarde o temprano, los chilenos terminaremos tomando esa senda. Según García, “corremos el riesgo de que si no avanzamos tecnológicamente vamos a aparecer como ‘no modernos’. Si vemos que las experiencias de voto electrónico comienzan a funcionar en países vecinos va a ser inevitable la crítica al proceso chileno”. Y, además, si hoy en día todos los chilenos confían en una red de cajeros automáticos para que manejen su dinero, puede haber un nuevo cambio de mentalidad para que la democracia también se confíe a la tecnología.